Santo el Enmascarado de Plata, quizás el tulancinguense más querido pues en la mayoría de sus coterráneos no sólo hay un orgullo por saberlo originario de su tierra, sino también un cariño, es uno de estos personajes que provocan identificación y es considerable el número que tiene una veneración por el héroe, el hombre como el que quisiera ser, como el “supermán” que admiramos todos en la infancia, y, más allá, es quizás la devoción a este “santo” una súplica interior de que lo rescate de la injusticia. Indudablemente, es el personaje que ha despertado una identificación con el hombre justiciero en este México de atropello social, pobreza infinita y creciente índice de corrupción, criminalidad y delincuencia.
Pero esto ocurre cuando Santo el Enmascarado de Plata se vuelve el salvador, es decir, cuando sube a la pantalla. Es, entonces, que llega a toda la población mexicana quien deja de verlo únicamente como el deportista de lucha libre, es el momento en que el cuadrilátero deja de ser el lugar de excitación, reflejos y adrenalina en un escarceo de cuerpos, de pieles que se aglutinan, de maromas, ganchos y acrobacias para pasar a ser la batalla por la razón, por la rectitud, por “el bien y el orden” –frase común que rige celuloides e historietas fantásticas– y por “el bien de la humanidad” pues no se queda en el país, se aventura por todos los seres del globo terráqueo. Es, entonces, que Santo el Enmascarado de Plata comienza a resonar en las mentes como el protector, lo que mueve a pensar que este aspecto de la personalidad que adquiere en su carrera es lo que lo hace pasar a la historia.
Celuloides en que profanadores, mujeres vampiro, zombies, extraterrestres, momias y maldiciones representan nuestros miedos, nuestros lastres, nuestros verdugos la pobreza, el engaño, la estafa, el abuso. La lucha libre de El Santo en contra de estos monstruos gana una razón de ser: combatir el mal y esto, en el imaginario colectivo, desvanece la incivilidad que implica para muchos un deporte que en realidad es sólo para una minoría, la que gusta del espectáculo de agresión física.

Pero, además, un misterio permanece más allá del final de cada película con el personaje que conserva su máscara haciendo al héroe trascender hasta convertirlo en leyenda, extrayéndolo del ring, de las portadas de su historieta y de la pantalla a la vida diaria, cada uno de los vocablos del Santo el Enmascarado de Plata parece emitir su brillo propio con el embozo que el deportista, el histrión no retira de su rostro, invistiendo a su persona, al hombre, al padre de familia y esposo, al actor y al luchador, con el misticismo, el karma, el aura, la “santidad” de “El Enmascarado de Plata” haciendo al inconsciente concebirlo –en ese persistente afán de búsqueda del ideal– como un ser extraordinario, y aun cuando estas frases escandalizan a aquellos menos fanáticos, a aquellos indiferentes del fenómeno y a intelectuales, el carisma y lo que provocó a los mexicanos y ha provocado en Europa y otras regiones del mundo es innegable.
■ Su éxito es por buscar otros iconos para identificar a la patria: Itala Schmelz
Blogspot de El Santo: Santo de mi devoción
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