viernes, 27 de noviembre de 2009

"Por el bien y el orden", el tulancinguense Santo el Enmascarado de Plata, por Cristina de la Concha




Los personajes dotados de algún rasgo fuera de lo común, sea heroico, generoso, malvado o simplemente ejemplar, negativo o positivo, en la literatura, el cine, incluso en los empaques de productos alimenticios u otros, tienen la facultad de provocarnos, de hecho muchos de ellos se crean por esa razón, con el fin de incrementar ventas, pero invariablemente todos los personajes, creados o no con ese propósito, provocan algo en nosotros que de una u otra forma nos hacen rechazarlos o identificarnos con ellos por lo que representan para nosotros, deseos, frustraciones, ideales, esperanzas, la maldad que rechazamos o la bondad que esperamos.

Santo el Enmascarado de Plata, quizás el tulancinguense más querido pues en la mayoría de sus coterráneos no sólo hay un orgullo por saberlo originario de su tierra, sino también un cariño, es uno de estos personajes que provocan identificación y es considerable el número que tiene una veneración por el héroe, el hombre como el que quisiera ser, como el “supermán” que admiramos todos en la infancia, y, más allá, es quizás la devoción a este “santo” una súplica interior de que lo rescate de la injusticia. Indudablemente, es el personaje que ha despertado una identificación con el hombre justiciero en este México de atropello social, pobreza infinita y creciente índice de corrupción, criminalidad y delincuencia.

Pero esto ocurre cuando Santo el Enmascarado de Plata se vuelve el salvador, es decir, cuando sube a la pantalla. Es, entonces, que llega a toda la población mexicana quien deja de verlo únicamente como el deportista de lucha libre, es el momento en que el cuadrilátero deja de ser el lugar de excitación, reflejos y adrenalina en un escarceo de cuerpos, de pieles que se aglutinan, de maromas, ganchos y acrobacias para pasar a ser la batalla por la razón, por la rectitud, por “el bien y el orden” –frase común que rige celuloides e historietas fantásticas– y por “el bien de la humanidad” pues no se queda en el país, se aventura por todos los seres del globo terráqueo. Es, entonces, que Santo el Enmascarado de Plata comienza a resonar en las mentes como el protector, lo que mueve a pensar que este aspecto de la personalidad que adquiere en su carrera es lo que lo hace pasar a la historia.
Celuloides en que profanadores, mujeres vampiro, zombies, extraterrestres, momias y maldiciones representan nuestros miedos, nuestros lastres, nuestros verdugos la pobreza, el engaño, la estafa, el abuso. La lucha libre de El Santo en contra de estos monstruos gana una razón de ser: combatir el mal y esto, en el imaginario colectivo, desvanece la incivilidad que implica para muchos un deporte que en realidad es sólo para una minoría, la que gusta del espectáculo de agresión física.
Sus películas se han convertido en cine de culto a pesar de la baja calidad de manufactura e histrionismo, y, al final, hoy día sucede algo insólito, esas carencias pueden no percibirse como tales al transcurrir cada cinta sino como parte de la trama, de la ambientación que parecen –ahora– pretender mostrar a la audiencia, ¿suerte? ¿mera casualidad? Sigue atrayendo, su público es capaz de ver incontable cantidad de veces esos escenarios de la lucha en contra del mal en combate físico, lo cual, no obstante la ordinariez que para muchos significa, es representado con decoro en medio de expresiones fantásticas de maldad, con un lenguaje escogido sin el vocabulario que se pensaría es el que predomina en ese ámbito, con una forma amable en que se dirigen unos a otros, guardando siempre una distancia, lo que es quizás lo que lo hace surrealista –¿es entonces allí donde yace su atracción?–, sin la violencia de la sangre que se dispara en chorros de las películas de la actualidad, lo que no era posible en esa época no sólo por no existir entonces los recursos cinematográficos sino tampoco la capacidad de solvencia que los cubriera por parte de sus productores, pero si hacemos el ejercicio de extrapolar sus películas y ponerlas con todo ese despliegue extra realista de estos tiempos, las veríamos perder su encanto, “El Santo” no sería “El Santo”.
Pero, además, un misterio permanece más allá del final de cada película con el personaje que conserva su máscara haciendo al héroe trascender hasta convertirlo en leyenda, extrayéndolo del ring, de las portadas de su historieta y de la pantalla a la vida diaria, cada uno de los vocablos del Santo el Enmascarado de Plata parece emitir su brillo propio con el embozo que el deportista, el histrión no retira de su rostro, invistiendo a su persona, al hombre, al padre de familia y esposo, al actor y al luchador, con el misticismo, el karma, el aura, la “santidad” de “El Enmascarado de Plata” haciendo al inconsciente concebirlo –en ese persistente afán de búsqueda del ideal– como un ser extraordinario, y aun cuando estas frases escandalizan a aquellos menos fanáticos, a aquellos indiferentes del fenómeno y a intelectuales, el carisma y lo que provocó a los mexicanos y ha provocado en Europa y otras regiones del mundo es innegable.

■ Horas antes de que el Che entrara a La Habana, en 1959, el luchador caía en esa ciudad en garras de un científico loco
■ Su éxito es por buscar otros iconos para identificar a la patria: Itala Schmelz

Blogspot de El Santo: Santo de mi devoción

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