Se ha escuchado sobre los rostros de Huapalcalco, sobre las formas caprichosas con que las rocas del acantilado del Cerro de la Mesa nos muestran múltiples caras y esta cámara se presentó ante él para verlas, contemplarlas y rendirles un tributo, rendirlo a la madre Tierra o rendirlo a aquellos que fueran los primeros pobladores de esta zona quienes quizás con algo intervinieron en las figuras de esas lápidas gigantes, al menos con su decisión de establecerse allí.
Las más notorias tal vez son éstas. Desde la pirámide se puede ver la cara de la foto superior. A la derecha, se muestra una cara de tres cuartos de perfil no tan notoria a esa distancia si bien es una formación que sobresale de la roca con facciones esculpidas donde se ve, en lo que vendría a ser la mejilla, sobre la boca, la luna blanca que es parte de las pinturas rupestres halladas en la zona.
Y debajo y arriba y a los costados de ambas caras, se pueden distinguir otras más, insinuadas, demarcadas, medio ocultas, misteriosas.
De la magnificencia rocosa del acantilado, en la energía que guarda, urdimbre de la Naturaleza, se desprenden efigies con carácter, con resignación, con orgullo y coraje, mostrando la solidez de un grupo ante la adversidad.
Como estar frente a la muchedumbre y de entre ella, difuminadas entre sombras de unos y otros, se distinguieran caras que, de tantas, se ven apenas, siluetas perdidas en la distancia, marcadas por los reflejos solares, unos trozos de figuras escondidas por otras asomando perfiles, pómulos, cuencas oculares, narices, mentones, entre cortes de piedra que simulan presencias invisibles, o escudos o armas o herramientas u objetos cualesquiera.
Formas irreconocibles, objetos cualesquiera destacan; penachos y máscaras acaso, o utensilios y artefactos de gente de trabajo, guerreros, padres, madres, niños, sacerdotes, abuelos.
Se miran como la concurrencia en un acontecimiento, más, quizá, como presentándose ante los visitantes pero, sobre todo, ante aquellos que desean verlos.
Y muchos más se pueden apreciar y disfrutar dejando jugar a la imaginación.
Cristina de la Concha
Y poco a poco van apareciéndose ante los ojos, ante la imaginación quizás, ante el deslumbramiento de quien las mira, ante el azoro que provocan, ante la duda y las interrogantes.
De la magnificencia rocosa del acantilado, en la energía que guarda, urdimbre de la Naturaleza, se desprenden efigies con carácter, con resignación, con orgullo y coraje, mostrando la solidez de un grupo ante la adversidad.
Como estar frente a la muchedumbre y de entre ella, difuminadas entre sombras de unos y otros, se distinguieran caras que, de tantas, se ven apenas, siluetas perdidas en la distancia, marcadas por los reflejos solares, unos trozos de figuras escondidas por otras asomando perfiles, pómulos, cuencas oculares, narices, mentones, entre cortes de piedra que simulan presencias invisibles, o escudos o armas o herramientas u objetos cualesquiera.
Acaso una turba que luchó en batallas es o la marcha de guerreros o la plebe empobrecida, o el gentío que reclama a sus gobernantes, pero todas en un conjunto de expresiones mantienen unidad, dan esa sensación de estar con ellos mismos solidarios, sin riñas, todos mirando al frente.
Más que eso, como una multitud ante su rey o como una reunión multitudinaria o un pueblo aclamando o el retrato familiar para la posteridad.
Formas irreconocibles, objetos cualesquiera destacan; penachos y máscaras acaso, o utensilios y artefactos de gente de trabajo, guerreros, padres, madres, niños, sacerdotes, abuelos.
Personajes de un pueblo pintados con las diferentes tonalidades de la roca, protuberancias y grietas, salientes y hendiduras los esculpen adustos, humorosos y alegres, otros conformes, compasivos, sumisos, lánguidos y sufrientes, algunos con pesadumbre o cansancio o con disposición y voluntad.
Expresiones y miradas incorruptibles en la piedra, con la dureza de su materia y, no obstante, apacibles... humanas. Otras, caricaturescas pero... humanas.
Como si gesticularan en una conversación silenciosa unas y, más allá, durmientes y oradores, un niño parece estar en llanto, unas manitas se tallan los ojos, mientras, alguien fuma complacido.
Se miran como la concurrencia en un acontecimiento, más, quizá, como presentándose ante los visitantes pero, sobre todo, ante aquellos que desean verlos.
Y muchos más se pueden apreciar y disfrutar dejando jugar a la imaginación.
Cristina de la Concha
Hola, mi blog más viejo está por cumplir cuatro años; en 2010, se me ocurrió dar premios a los blogueros que seguí durante ese año para festejar mi paso por el ciberespacio, ahora, este 2011, editaré una catálogo electrónico conformado por la elección de una entrada de cada uno de estos mundos que suelo visitar, si ves este mensaje es porque estarás presente en él. Saludos y gracias por deleitarme con sus proyectos.
ResponderEliminarAh la publicación aparecerá en mi espacio en los primeros días de agosto.
jeje io savia que no estava loca jeje que si ovservaba caras en los cerros de mi hermoso tulancingoo gracias por esas magnificas fotos
ResponderEliminarhola ,como están todos ,respecto alas imágenes de las rocas en la noche cunado las observas bien se ben nuestros antepásdos parados en cada roca de las que están marcadas nos estas observando y resguardando su ciudad si se siente la presencia
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